NOMBREValeria Correa Fiz
PAÍS: Argentina
OFICIO: Narradora y poeta
PRIMERA VEZ EN ESPAÑA: 1994
CANCIONES PLAYLIST CONQUISTADORAS:
Promesas sobre el bidet, Charly García
El témpano, Juan Carlos Baglietto, Silvina Garre
OBJETO: “Me llevé, a sabiendas de que era un objeto sin utilidad práctica, la Ley de Concursos y Quiebras, encuadernada en piel y con el título dorado a mano por mi abuelo, Antonio Fiz Santos. El me encuadernó todos los libros con los que me gradué de abogada. Me llevé ese libro como un talismán: mis abuelos también habían sido inmigrantes y dos personas muy importantes para mí. 
Mi abuelo nació en Salamanca en 1909. Amaba los libros como nadie: leía todo lo que encuadernaba, aunque solo había hecho la escuela primaria. Al amanecer, antes de ir al colegio, llevaba las vacas de su padre al río, atravesando la ciudad de Salamanca y el frío, a la carrera con los animales. A los nueve era aprendiz de encuadernación en un taller en el que había ratas tan gordas que, decía, se podían cazar a lazo. Era bajito y así hablaba también. Dulcemente. Porque lo vi durante años coser libros y dorar sus lomos con los títulos en letras invertidas me creció, por extensión al amor que le tenía a él, una pasión por los libros. Su taller de encuadernación en Rosario era oscuro y frío: así imaginaba yo Salamanca. Si te acercabas, por debajo de los golpes del martillo o del ris ras de la dobladora de papel, podías escuchar su voz quedada cantando un aria de zarzuela con la que recuperaba toda la España que la Guerra Civil le había arrebatado. Las manos conservaban un breve destello del oropel con que doraba los lomos y le olían siempre a pegote de engrudo y ese es el único olor a santidad que yo conozco. 
Mi abuela era costurera Era zamorana y eso solo puede agregar determinación a un carácter de tanque alemán que combinaba muy bien con sus ojos azules y el pelo dorado, como el de las princesas o los sueños.  Se llamaba Raimunda y le decían Munda. De algún modo, ella reunía todo un mundo, un universo imaginario femenino para mí. Comidas, paños, talcos y pendientes de una mujer humilde que fue siempre guapa sin proponérselo. Con las manos heladas y ásperas de lavar las prendas a mano contra una tabla en el patio, venía a despertarme la mañana de Reyes. Algo del frío de Zamora, supongo, se negó a abandonarla. Hacía chocolate con churros, a pesar de los cuarenta grados de Rosario en enero y todo ese calor acumulado gracias a sus comidas exageradas no permitió que las tormentas de la vida colaran el frío en mi cuerpo. 
Me llevé el libro a Miami para que me protegiera y para nunca olvidar que soy nieta de J. Antonio Fiz Santos y de Raimunda Hernández Galache. Ustedes no saben qué grandes son los privilegios que se esconden bajo esos nombres pequeños, bajo esos dos fantasmas dulces que una ley de Concursos y Quiebras pueden evocarte en el extranjero. Después de tantas mudanzas y buscando el libro para esta Exposición, encontré una cita de Shakespeare en un post-it sin pegamento en el medio del libro. Es de Shakespeare, de Mucho ruido y pocas nueces, que supongo que estaría leyendo mientras estudiaba la materia. La cita, sin recordarla, ha sido un lema involuntario que me ha acompañado toda mi vida: 
Weep at joy, do not joy at weeping. 
La traduzco libremente así: 
Llora de felicidad; no te regocijes en el llanto”.
BIOGRAFÍA Y VIAJE:
Valeria Correa Fiz es de Rosario, una ciudad del interior de Argentina. Desde esa periferia mira y mirará el mundo, aunque haya vivido en la capital de la moda (Milán), la capital financiera de América latina (Miami) y hoy en la capital de España, Madrid. Cree en el poder del lenguaje y en la hospitalidad del azar, y por ello, se ha empeñado en vivir siempre en ciudades que empiecen por la letra eme. Fue abogada, Máster en Derecho y Economía y jugadora de ajedrez. Ahora escribe poesía y relato, otras estrategias que le permiten ordenar su experiencia vital sin condenas ni jaques mate. 
Es autora de los libros de relatos La condición animal (Páginas de Espuma, seleccionado para el IV Premio Hispanoamericano de Cuento “Gabriel García Márquez” y el Premio Setenil 2017), y de Hubo un jardín (Páginas de Espuma, 2022), y de los poemarios El álbum oscuro, finalista del I Premio de Poesía “Manuel del Cabral”, 2016, El invierno a deshoras (Hiperión, 2017, XI Premio Internacional de Poesía “Claudio Rodríguez”), Museo de pérdidas (Ediciones La Palma, 2020) y Así el deseo (plaquette). Algunos de sus relatos y poemas han sido recogidos en diversas antologías y traducidos al inglés, italiano, hebreo, alemán y rumano. Colabora con el Instituto Cervantes de Milán. Dicta talleres de escritura creativa en Madrid y en Milán. 
“Emigré a EE.UU. en febrero de 2002, a raíz de la crisis social y económica argentina. El 3 de diciembre del año anterior el entonces Presidente de la Nación Fernando de la Rúa de la República Argentina, por recomendación del ministro de Economía Domingo Cavallo, dispuso una restricción general para retirar fondos de los bancos que se conoció como corralito. Un par de semanas más tarde, el 19 de diciembre de 2001, el Presidente decretó también el Estado de sitio. A partir de entonces, comenzó en mi país una crisis política, económica, social e institucional, acompañada de un estallido social generalizado. En las protestas populares del 20 de diciembre a lo largo del país, las fuerzas policiales causaron 39 muertes, entre ellas siete adolescentes entre trece y dieciocho años y siete mujeres. Durante los meses posteriores siguieron sucediéndose protestas y cacerolazos. El movimiento provocó en primer lugar la renuncia de Fernando de la Rúa, lo que no frenó la crisis política. El día 23 de diciembre asumía la presidencia Adolfo Rodríguez Saá, cuya primera medida fue declarar la suspensión de los pagos de la deuda argentina. Argentina entraba en default. La crisis institucional no se detuvo hasta el 1 de enero de 2002 que asumió la presidencia interina el exgobernador y senador bonaerense Eduardo Duhalde
En medio de ese clima de violencia, inestabilidad institucional y económica, en el que había conseguido salvar solo la mitad de mis ahorros bancarios, decidí emigrar a EE.UU. Me fui de Argentina pensando que lo hacía por un tiempo, mientras el país se reorganizaba política, social y económicamente. No volví más. El azar me llevó a vivir cinco años en Miami, algunos meses en la ciudad de México, nueve años en Milán y finalmente, en Madrid. Soy la primera generación de argentinos (mi madre nació en Bilbao) y la última por ahora (mis hijas nacieron en Italia). 
Ser emigrante, estoy segura, me hizo escritora: la lengua se volvió mi guarida. Tu idioma viaja donde vayas, arrójalo, lo volverás a tener, dicen unos versos de Paul Celan, poeta rumano de origen judío y habla alemana que terminó sus días exiliado en París. Quizá el idioma materno, aun perdiendo importancia o debilitándose en la coexistencia con otras lenguas, sea como la luz de esas estrellas muertas que no deja de iluminarnos y arroje, desde distancias siderales, una conflictiva luz muerta que alumbre áreas de penumbra o de absoluta oscuridad en mí”. 

CONÓCELAS A TODAS

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